EL FANTASMA DE JESS WILLARD

johnson en el suelo

Por Andrés Pascual

Según comentó una vez Eladio Secades, “posiblemente Jess Willard tuvo más méritos que los que le concedían los historiadores”, gloria que fue afectada por la famosa pala en el Oriental Park de Marianao en 1915 ante Jack Johnson.

Para el Maestro, “sus valores intrínsecos como pugilista de competencia y clase fueron juzgados después a la sombra de aquel acontecimiento vergonzoso”.

Willard fue un vaquero humilde, cuya carrera terminó destruida en 8 rounds por Luis A Firpo en New Jersey.

Jack Curley fue un manager, promotor y aventurero al estilo Tex Reickert o Jack London, que dejó como legado sus impresiones sobre el mundo del boxeo y el promotaje, aunque con menos clase que el novelista, pero, para quienes se interesan en la materia deportiva, de indudable fé e importancia por lo reales y objetivos.

Para Curley, el promotor, al tratar con clientes de la pantalla, el court o la arena debe tener en cuenta, primero que todo, lo que él mismo puso de moda hasta hoy: el temperamento artístico.

Por vanidad, ignorancia o delirio de grandeza, según Curley, un artista o un deportista puede tener gestos intempestivos o explosiones de carácter.

Debido a esas exageraciones del comportamiento engreído, Jess Willard nunca consideró positivo la necesidad de caerle bien a nadie, la etiqueta no tenía ningún sentido práctico.

Cuando fue campeón le dieron 10,000 por una semana de actuación en Broadway, como foco atractivo, reporteros y fotógrados lo esperaron a la salida del teatro para la rutina periodística. No pudieron, porque Willard estaba al tanto y escapó por el tejado hasta un hotel contiguo donde se alojó.

Ante tal situación, Curley le preguntó: ¿Por qué lo hiciste, nadie quería molestarte? A lo que respondió el mastodonte ¿Si no fuera campeón me hubieran esperado? Cuenta Curleuy que, ante semejante estupidez, no pudo sino sonreír y tragarse el sermón que había preparado.

La manera directa del campesino que se niega a rectificar o a pedir perdón ante una ofensa, por grande que haya sido, forma parte del temperamento de algunos astros del entretenimiento de esa procedencia; por eso el boxeador jamás hizo referencia en ningún lado al arreglo de 1915, ni demostró arrepentimiento por su agresión a la moral pública, al deporte y a él mismo, nunca le interesó el perdón ni lo solicitó, porque no le interesaba la opinión de la sociedad.

Si lo hubiera intentado, posiblemente habría cedido al asedio de los fotógrafos y los periodistas que dejó plantados, después de una actuación teatral “de medio palo” en Broadway.

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