A 2 años del adiós de Ali

Hace dos años, exactamente el 3 de junio de 2016, el mundo del deporte recibió una mala nueva que le sacudió sísmicamente y le conmovió hondamente: uno de sus más grandes iconos y con total seguridad el boxeador con mayor carisma en los anales de la disciplina de los puños, Muhammad Ali, bautizado Cassius Marcellus Clay Jr., un “nombre de esclavo”, según solía decir, había fallecido en un hospital de Scottsdale, Arizona, EE.UU, finalmente abatido 32 años después de haber sido diagnosticado como paciente del irreversible mal de Parkinson -contra el que batalló con denuedo, tal lo hacía en el ring-, víctima de un choque séptico provocado por problemas respiratorios agravados el día anterior.

El “Bocazas” Ali, el originalmente vocinglero Clay, el “Mas Grande”, como se autonombraba, había nacido en Louisville, capital del estado de Kentucky, Estados Unidos, 74 años y unos meses antes de aquel 3 de junio de su muerte, esto es, cumplidos un poquito menos de tres cuartos de siglo de una existencia plena de momentos singulares tanto en el deporte que eligió para ganarse “el pan nuestro de cada día”, la Biblia dixit (ganó en el ring algo más de 30 millones de dólares), como en su tránsito ciudadano, campo en el que se distinguió por su incansable lucha en defensa de sus compatriotas afroamericanos y de todo el planeta, al igual que de los creyentes del islamismo, religión que profesó casi inmediatamente después de su victoria sobre Sonny Liston en la que ganó por vez primera el título de los completos, 6 de febrero de 1964, en el Convention Hall de Miami Beach.

Dotado por la naturaleza de una asombrosa velocidad de piernas y de puños para la división de los mastodontes, a más de una portentosa conformación física distribuida en 191 centímetros de estatura, desde sus inicios fue visto por los entendidos como un peleador más allá del común, lo que en efecto fue.

Antes de Ali que en nuestra opinión (compartida por millones de personas en el mundo) logró cambiar todo lo anterior en el boxeo, nadie se había atrevido a pronosticar el round en el que acabaría con el enemigo, ni tampoco nadie como él hablaba tanto, sin parar. Ni nadie cobraba por su trabajo en las cuerdas tanto como él lo hizo, legado que más tarde sus colegas disfrutaron y disfrutan en los tiempos que corren, en los que también corren los dólares como el agua por los ríos…Nadie, antes de él, ningún peso completo, se había desplazado entre las sogas con los brazos a los costados del cuerpo, bailoteando, con alegría y desenfado, mirando al rival desafiante y casi con sorna. Tampoco ningún otro peleador de la máxima división se movía en el encordado, antes de él, con el donaire, la gracia, celeridad y el encantamiento para el colectivo con la que él lo hacía. Dicho, sin más: Ali partió en dos, al aparecer, las épocas del boxeo. O en tres, mejor: antes, en y después de él.

Alí el más grande.(Courtesy: Rich Marks)

Alí el más grande.(Courtesy: Rich Marks)

Cuando asomó en el concierto boxístico los ídolos deportivos -acaso sería más atinado decir que en la actividad de los atletas que calzan guantes para disponer del adversario- eran una especie en virtual extinción. Ali vino a ser, para el boxeo, vale la comparación, lo que significó Babe Ruth para el béisbol: el salvador, la estrella, el imán, el ídolo que hacía falta para despertar del letargo a una disciplina en la que ya no abundaban quienes la seguían y de la que se aburrían porque nunca había, o había muy poco, algo novedoso, diferente.

Los aficionados (fueron siempre más los que le amaron que los detractores) disfrutaban hasta el delirio del arte boxístico de aquel atleta que “flotaba como una mariposa y picaba como una abeja”, descriptiva frase para su manera de desplazarse en el ring de la que Ali se adueñó aunque realmente el creador de la misma, su amigo y asistente en la esquina del mítico entrenador Angelo Dundee, fue en realidad Bundini Brown, tan dicharachero o más que el propio Ali y de piel tan atezada como este.

Brown, quien moriría unos años más tarde de haber “inventado” aquella feliz expresión -luego tan popular y repetida por el carismático y controversial peleador-, en la oscura habitación de un mísero hotelucho neoyorquino, en la más total y absoluta pobreza, fue un genial creador de ocurrentes dichos para el boxeo, sin igual ni sucesores siquiera parecidos en la historia del mismo.

Cuando Ali hizo mutis definitivo de la actividad cargaba en sus alforjas 56 batallas libradas con un balance de 37 nocauts para porcentaje de 66,07% , 25 peleas de campeonato mundial y apenas 4 frustraciones en esas batallas (con Frazier, Norton, Leon Spinks y Holmes), casi todas ellas recargadas de emoción y expectativas.

Dejó para la remembranza y los comentarios, que a pesar del paso del tiempo aun aparecen de tanto en tanto en las tertulias de los viejos aficionados, sus épicas confrontaciones contra Sonny Liston, frente a quien ganó por primera vez el cetro de la categoría reina, de la que fue el primer boxeador en conquistar tres veces el trono en diferentes etapas; los tres choques contra Joe “El Humeante” Frazier; las tres confrontaciones, con balance de 2-1 a su favor, ante el exmarine Ken Norton, la derrota sufrida en 15 tramos por fractura de mandíbula, y el “Rugido en la jungla”con George Foreman en la esquina opuesta, compromiso al que Ali acudió como segura víctima para los expertos y en la que protagonizó una de las mayores sorpresas que se recuerden, para cualquier división, al vencer por KOT a los 2’58’’del octavo asalto de un encuentro celebrado en Kinshasa, Zaire (exLeopoldville, actualmente República Democrática del Congo, en África) el miércoles 30 de octubre de 1974, suceso que puso ante la pantalla de TV a una legión de espectadores del Pague por ver que, se afirma sin confirmación por nuestra parte, superó con holgura en número al de quienes presenciaron en la pantalla chica (unos 530 millones de personas) la llegada del hombre a la luna, cuando los astronautas Neill Armstrong, Edwin (“Buzz”) Aldrin y Michael Collins alunizaron en el satélite de la Tierra el 20 de julio de 1969, en el Apolo 11.

 

"Rugido en la Junga".

“Rugido en la Junga”.

“Rugido en la jungla”

 

Por supuesto que en esta nota conmemorativa del adiós terrenal del “Deportista del Siglo XX”, distinción que le fue conferida por la revista especializada The Ring y por la cadena BBC, hay que hacer mención, forzosamente, a su épica y célebre confrontación contra el hasta entonces teóricamente invencible y demoledor George Foreman. Para ello nos permitimos traer a colación lo relatado por el prestigioso escritor estadounidense Norman Mailer en su novela El Combate, en la cual describe magistralmente los entretelones del combate de Ali-Foreman, organizado por el famoso y exhibicionista promotor de la cabellera alborotada, Don King, con el respaldo económico del a posteriori derrocado dictador Mobotu Seze Seko (1930-1997), que vio en la pelea un filón para la proyección a escala mundial de su imagen.

Mailer (1923-2007), quien asistió el pleito en calidad de enviado especial de una publicación de su país, escribió en el fragmento que tomamos de la obra citada para lo que leen ahora, lo que se produjo en el 8° round:

“…Luego un tremendo proyectil exactamente del tamaño de un puño dentro de un guante penetró hasta el centro mismo de la mente de Foreman, el mejor golpe de esa noche sorprendente, el golpe que Ali había guardado durante toda su trayectoria profesional…Todavía doblado por la cintura en esa postura de incomprensión, manteniendo los ojos fijos en Mohamed Ali, empezó a tambalearse…Cayó como un mayordomo de sesenta años y un metro ochenta de estatura que acaba de recibir  trágicas noticias, sí, fue un largo derrumbamiento de dos segundos durante los cuales el campeón caía por partes mientras Ali daba vueltas alrededor de él, formando un círculo estrecho y con la mano preparada para pegarle una vez más, pero no hubo necesidad; fue una escolta completamente íntima hasta el suelo.”

Ali Vs Foreman.

Ali Vs Foreman.

A las palabras del gran maestro del llamado Nuevo Periodismo, unimos las nuestras a la referencia de aquel sobre un acontecimiento único y seguramente irrepetible en el ámbito del deporte de los guantes, hecho considerado como uno de los eventos deportivos más importantes del siglo XX, tal lo fue el encuentro que hace 44 años protagonizaron aquellos dos de los más grandes pesos completos de la historia, el para el momento excampeón Muhammad Ali y el agresivo y devastador monarca (se decía de él que tenía instinto de asesino en el ring), George Foreman, propietario de los cetros de la Asociación Mundial de Boxeo y del Consejo Mundial de Boxeo, dos de las organizaciones que controlan a la especialidad en el ámbito profesional y con marca de 40-0, 37 nocauts propinados, con Frazier y Norton entre sus víctimas.

La refriega tuvo lugar en la madrugada, hora local allá, del 30 de octubre de 1974 como hemos dicho, en el estadio 20 de Mayo de la ciudad africana mencionada, con aforo para 60 mil personas y cuya capacidad fue rebasada hasta poco menos que el doble por enfervorizados espectadores, la mayoría de ellos anhelantes de un triunfo para el retador, Ali, a quien auparon durante todo el tiempo y con mayor estridencia en los 26 minutos y 58 segundos que duró el combate, al grito de ¡Ali, bumayé!, ¡Ali, bumayé! (¡Alí, mátalo!, ¡Ali, mátalo!).

El clamoroso, sorprendente y consagratorio triunfo devolvía al peleador de Kentucky de 32 años al trono de que había sido despojado 7 años atrás, no perdido en el ensogado sino ante un tribunal que le sentenció a cinco años de prisión que no purgó, y que le arrebató el cinturón, en abril del ‘67 por su negativa a enrolarse en el ejército e ir a combatir en Vietnam, aduciendo en su defensa ser objetor de conciencia y porque “no tengo nada en contra de los vietcongs. Ningún vietcong me ha llamado nigger (negro)”.

Ali manejó aquella pelea en contra de todos los pronósticos, incluso a contramano de las instrucciones de Dundee, quien le recomendó mantenerse alejado del poder destructor de Foreman, de 25 años de edad y una máquina aplanadora que había vapuleado sin misericordia a todos sus rivales anteriores.

Ali desoyó el consejo de su entrenador y a lo que lucía sensato y puso en práctica su propio criterio y estrategia: dejó que Foreman atacara y golpeara mientras él se protegía la quijada y el cuerpo para obstaculizar la ofensiva enemiga con brazos y antebrazos por delante. El joven campeón golpeaba y golpeaba, sin dañar al aspirante, quien además se solazaba en decirle cosas como “¿eso es todo lo que tienes, mujercita’”, “no puedes pegar más fuerte, George”, y otras más, para amedrentarlo y desconcentrarlo. Así llevó el pleito durante los siete rounds iniciales, recostado frecuentemente en las cuerdas, pegado a Foreman como una sanguijuela y de improviso: ¡pum,pum,pum! Tres, cuatro, cinco golpes secos y Foreman, como relata Mailer, se desbarató, se fue lentamente de lado hasta caer como un fardo sobre la lona. Zachary Clayton, el árbitro, se limitó a acercarse al caído y a contar los 10 segundos de reglamento, para asombro del mundo entero aficionado al boxeo y para colocar a Muhammad Ali por la eternidad en el Olimpo, el mitológico sitio en que moran los dioses.

Pormenores de ese choque inolvidable fueron llevados al cine por Leon Gast en “Cuando éramos reyes” y por Michael Mann en “Ali”

The man who dedicated himself to poetry

Del oro olímpico a la corona pesada.

 

Del oro olímpico a la corona pesada

 

Catorce años habían transcurrido desde el momento en que un Cassius Clay, después Muhammad Ali, debutara en el profesional frente a un tal Tunney Hunsaker, que nada dejó para el boxeo excepto su nombre como el primer adversario del jovencito de 18 años que unos meses antes, en Roma-60, se apoderó de la medalla dorada olímpica de los semipesados y que, según cuentan las biografías que se le han hecho, premio que tiró al río Ohio en reacción a la humillación de no habérsele permitido entrar a un local “solo para blancos”.

Una réplica de esa medalla se le entregó a Ali (fue él el autor de la versión según la cual tiró al río el galardón. Años más tarde cambió el cuento y dijo haberla perdido), en una ceremonia especial durante los Juegos Olímpicos de Atlanta en 1996.

Su paso por el amateurismo fue de unos 4 años en los que alcanzó 100 triunfos y apenas 5 derrotas, con seis campeonatos en los torneos Guantes de Oro de Kentucky, su estado natal. Buscó al boxeo, se cuenta, con el ánimo de enfrentar a un joven ladrón que le había robado una bicicleta. “Para pelear con él, debes antes aprender a boxear”, le sugirió un agente policial de nombre Joe Martin, quien luego le llevó al gimnasio. Tenía, Ali, no más de 12 años.

Acortemos la historia. Volvamos al ’60. El Clay que batió a Hunsaker fue subiendo escalones y hablando sin parar hasta llegar con récord de 19-0, 15 kos, ante Sonny Liston, soberano de los pesos pesados. Es historia, no cuento inventado por nadie, que en ese combate Ali (entonces Clay) estuvo a un tris de abandonar porque, aseveró, una sustancia urticante en los guantes de Liston entorpecía su visión.

A 2 años del adiós de Ali.

A 2 años del adiós de Ali.

Aun así Clay (después Ali) se mantuvo en la acción y terminó por noquear al Oso Feo, como lo llamó, en el round siete. En la revancha bastó un asalto para el segundo triunfo del atrevido y parlanchín jovencito de 22 años, cuya imagen en actitud desafiante, como pidiéndole al caído Liston que se levantara, es posiblemente la foto más famosa, divulgada y conocida en la historia del boxeo.

Luego de Liston vendrían las defensas contra Terrell y Zora Folley; su desconocimiento como campeón legítimo por lo de Vietnam; los 3 años y medio suspendido y sin poder sin pelear; la reaparición y los triunfos sobre Jerry Quarry y el argentino Oscar “Ringo” Bonavena; el revés y la pérdida del invicto ante Frazier en marzo del 71 en 15 rounds, con knockdown incluido en el 14° en el templo del boxeo, el Madison Square Garden; dos de sus 3 pleitos con Ken Norton; con resultados de 1-1; una segunda pelea contra Frazier, en la que tomó revancha y, después de Foreman, la trepidante tercera contienda el 1° de octubre de 1975 con Frazier en el estadio Araneta de Manila, considerada uno de las más emotivos y candentes encuentros en la historia de los pesos máximos, con un toma y dame desde el primer campanazo y que ganó Ali por KOT14. “El Más Grande” dijo luego que “nunca estuve tan cerca de la muerte”. Y Frazier fue el hospital.

 

Los días finales

 

Más tarde de lo contado antes aquí apresuradamente, continuaron sus dos choques contra Leon Spinks en febrero y septiembre del 78, en el segundo de los cuales ganó por tercera vez el título, suceso inédito en la categoría y un tercer reto ante Norton, que ganó a los puntos. Para entonces ya asomaba la decadencia, el desgaste físico, la lentitud de movimientos y en el habla. Empezaban a aparecer los fantasmas, los evidentes síntomas de la enfermedad de Parkinson diagnosticada en septiembre del 84 y que paulatinamente recluyó a una silla de ruedas a quien había sido un torbellino de la palabra y del movimiento incesante fuera de y en el ring.

Cuando enfrentó por la corona del CMB en el “César Palace” de Las Vegas (octubre de 1981) a Larry Holmes, su exsparring y el único que pudo noquearle, en 10 tramos, era apenas la apagada sombra del hombre que antaño “flotaba como una mariposa y picaba como una abeja”. Después se alejaría definitivamente del encordado al caer a los puntos en Nassau, Bahamas, el 11 de diciembre del ring ’81, anteTrevor Berbick, quien no la habría servido, sólo 3-4 años antes, más que para llevarle el tobo de agua a la esquina.

The eternal Ali

Alí eterno.

Mientras que su cuerpo le respondió debidamente, todavía no totalmente destruido por la enfermedad, se mantuvo en su tenaz lucha social en la defensa de sus convicciones, por el respeto a sus hermanos afroamericanos y en pro de los creyentes del islamismo, además de haberse merecidamente granjeado la admiración y el reconocimiento de los seres humanos en buena porción de la gente de su país y más todavía en el resto del mundo.

El 2 de junio del año antepasado fue trasladado de urgencia al hospital.

Al día siguiente entregó el último aliento quien ha sido considerado por una inmensa mayoría el mejor peso completo en los anales del boxeo, puesto cimero que solo le disputan el legendario Jack Johnson, primer negro campeón del mundo de todos los pesos, y el “Bombardero de Detroit”, Joe Louis.

Los restos del exboxeador, exaltado al Salón de la Fama del Boxeo de Canastota, New York en 1990, fueron cremados en una ceremonia multitudinaria en Louisville. Entre los que cargaron a hombros su féretro se contaron, entre otros, los excampeones mundiales Lennox Lewis y Mike Tyson y el actor de cine Will Smith, quien lo encarnó en una cinta biográfica hace unos pocos años.

Es ese, Muhammad Ali, el hombre que cumple hoy, 3 de junio, dos años ya, de su partida hacía la eternidad cargado con el equipaje de la gloria ganada en la tierra.

¡Reposa en paz, Muhammad Ali!

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