Dejó la imagen de gladiador honesto
Por David Sbarsky
NUEVA YORK (Enviado especial) – Aquello fue contagioso. Oscar Bonavena derrotado por primera vez en su vida en forma drástica recibía una calurosa ovación. Sus lágrimas de guapo, sus lágrimas de hombre, ponían más patetismo a esa pintura.
El núcleo de argentinos era, sin embargo, nada más que el propiciador de esa euforia. Una mínima parte de esa multitud que lo aclamaba. Los norteamericanos también sabían reconocer su generoso trabajo, más allá de esa derrota, lógica en la suma de puntos, pero totalmente inesperada en cuanto a esa definición abrupta. Quizá como nunca, una derrota así colocó en triunfo al perdedor.
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