SEMBLANZA DEL ÍDOLO NEGRO DEL BOXEO
Por Andrés Pascual
La noche del 9 de Marzo de 1947, se presentó Joe Louis en el Estadio del Cerro, atracción de la cartelera que tenía, como plato de verdad, a Miguel Acevedo contra Charlie “Lulú” Constantino.
El campeón hizo una sesión de guantes con sus “sparring partners” Art Ramsey y Walt Hafey, para darle más interés a lo que tenía sin necesidad de ayuda promocional, algunos cronistas dijeron que verían más y mejor al Bombardero que lo que algunos que pagaron 25 dólares en peleas que duraron muy poco y citaron la 2da de Schemelling y la de Tammy Mauriello.
Por La Habana desfilaron estrellas de la división pesada como Jack Johnson, al que acusaron después de entregar en el Oriental Park a efectos del arreglo del triunvirato Curley Brown, esposo de Loulle Cameron y el vaquero Jess Willard, sin embargo, el título se lo mantuvieron al gigante blanco que, por la regla, pudieron despojarlo.
Por La Habana pasó Jack Dempsey y allí pelearon Harry Wills vs Gumboat Smith el 10 de Octubre de 1921, después haría sparring Danny Wombert con Sugar Ray Robinson en un programa cuyo estelar fue con Luis Galvani.
Joe Louis llegó a la capital cubana con la maleta repleta de apodos a propósito, desde Bombardero Carmelita a Homicida de Detroit, pero, también, como el hombre taciturno que fue, a quien un cronista como Secades se arriesgó a bautizar como “El hombre sin sonrisa”.
El Maestro escribió “no hay contraste entre la cara del boxeador en el pesaje y la del hombre que acaba de sembrar a otro en el ring…”
La observación, la capacidad de fisonomista de fábrica de Eladio, lo llevó a escribir “mientras en la cara de Johnson se apreciaba un no sé qué de picara truculencia, la de Louis transmite la sensación de soledad del huérfano, Joe Louis tiene la cara del más triste de los campeones negros hasta hoy”.
Según el editor del deporte en Bohemia, “Tiger Flowers era místico, pero capaz de percibir y asimilar las emociones en las gradas”.
“Chocolate un cromo de alegría y ansias de vivir, cuya sonrisa permanente, aun en los momentos más negros, reflejaban su alma…”
Para Secades, Armstrong tenía dentro del ring “la atracción de un ángel de desenvoltura contagiosa”; Ike Williams y Bob Montgomery “reflejaban gracia atlética”; Robinson “un manojo apretado de nervios y Al Brown, el panameño que fue compañero de cuarto de Chocolate en Nueva York, que, contagiado con los cubanos le pidió al manager que lo firmara con Pincho en 1930, era, para el glorioso periodista, primera figura de la Vieja Guardia del diarismo deportivo regional, “un feo de figura arbitraria, bracilargo, pero que establecía corrientes de convivencia con el fervor de sus admiradores…”.
Para completar la semblanza del más grande campeón mundial de la división pesada de la historia, Eladio Secades concluyó: “Cuando Tony Galento lo derribó con un hook de izquierda que puso en vilo a la concurrencia y al borde del abismo la diadema de Joe Louis y los millones que tenía detrás, el campeón se incorporó como quien resbala a la entrada de un cine un día lluvioso, sin alarma reflejada, sacudió la cabeza, restableció la guardia y noqueó al tabernero de Milwakee”.
Así terminó Louis, según Secades, la faena de la noche: con una toalla sobre la cabeza respondió el catecismo de siempre “una gran pelea, estoy contento de ser aún el campeón”, y dándole la espalda a la enorme concurrencia que lo aclamaba, “se perdió entre la prensa hacia el camerino…”.