REVANCHAS Y REVANCHISTAS EN FISTIANA
Por Andrés Pascual
Salvo pocos casos (Márquez-Pacquiao o Kovalec-Ward, por ej.), durante los últimos años se ha abandonado a la pelea revancha como máximo atractivo del boxeo; sí, en los anales de Fistiana, hubo muchísimas revanchas tan o más esperadas por interesantes que la primera; aunque, que quede claro, cualquier pleito no debe ser objeto de revancha; sino el que los peleadores sean de nivel similar y haya gustado tanto el inicial por lo nivelado de la acción, aun habiendo terminado por nocao, que lo amerite.
En años previos también, las revanchas Castillo-Corrales o Márquez-Vázquez, por lo peleadas, por lo sensacionales, clasificaron como dos de las mejores y más esperadas de la historia del boxeo.
Tal vez la primera gran revancha en el orden de utilidades fue la de Jack Dempsey contra Gene Tunney, para la ocasión, estuvo presente, en función de constructor de garantías, aquel genio del promotaje llamado Tex Rickert.
Durante los 30’s hubo series de peleas revanchas, por ejemplo, entre Cocoa Kid y Holmar Williams; Baby Arizmendi se batio varias veces contra el mismísimo Henry Armstrong, que hizo otra contra Lou Ambers; Chocolate tuvo su desquite y no pudo usarlo a su favor contra Tony Canzoneri, quien también se vio envuelto en varias peleas contra otros tantos; lo mismo se puede decir de Barney Ross.
En los 40’s, Beau Jack peleó más de una contra Bob Montgomery y contra Ike Williams; Robinson le dio la revancha en 1949 a Gavilán con exposicion de la faja y peleó tanto contra Jake LaMotta que casi se aburrieron del boxeo entre ellos.
Pero la revancha más lucrativa de los 40’s la efectuaron Joe Louis y Billy Conn en 1946; cinco años después de la primera, en que el Bombardero de Detroit sacó de la gaveta su famosa mano derecha y su precisa combinación de golpes, para llevarse una pelea que tenía irremediablemente perdida, luego de 13 rounds en los que Conn le superó en ciencia pugilística y en velocidad de desplazamiento.
Detrás de este combate, en 1946 en el Madison Square Garden, otro genio del promotaje, Mike Jacobs, quien cobró por teléfono a $100 dólares los asientos de ringside.
Todavía los 50’s y los 60’s fueron testigos de una o más revanchas clásicas, verdaderas batallas del ring, como la serie Emile Griffith-Luis Manuel Rodríguez; o las tres de Benny Paret contra su victimario.
Los 70’s se llaman Alí-Frasier en el asunto. Pero nadie ha podido explicar la razón por la que no le dieron una oportunidad como campeón destronado a George Foreman contra el Idolo de Kentucky
En los 80’s hubo revanchas de valor alterno: Leonard-Durán (fue un robo), o Leonard-Hearns, y dejaron en la boca del fanático el sabor irreversible del “necesito más”, cuando nadie logró, quién sabe la razón, la que hubiera sido la de la década: Marvin Hagler-Ray Leonard, que se retiró de verdad por la frustración del zurdo ex campeón mediano ante la escandalosa decisión del primer pleito.
La prematura muerte de Salvador Sanchez privó al boxeo de otra posible revancha, que hubiera callado bocas y enderezado conclusiones; sin embargo, lo que queda es el fuera de combate de aquel 8vo. round en Las Vegas, constancia del éxito apabullante de un posiblemente grandioso y sensacional peleador, perdido irremediablemente de forma estúpida e irresponsable.
¿Por que no se logró la revancha Trinidad-De la Hoya? ¿Qué oscuros intereses impidieron que el ring pusiera en su lugar la verdadera superioridad de uno sobre otro?
¿Por que no hubo desquite a ver qué pasaba, evitando una mancha negra en el expediente del llamado Golden Boy? Hasta hoy, nadie puede asegurar que hubo superioridad de Tito sobre Oscar ¿Cosas del boxeo? No, el famoso “juego sucio” de las oficinas del tiempo actual, más corruptas que nunca, con recursos increíbles e inimaginables para delinquir incluso.
En 1993, se produjo la pelea más nivelada de todas las que efectuara Roy Jones jr. durante su esplendor en peso mediano, en orden de 114-112, Bernard Hopkins se vio superado por el Orgullo de Pensacola tan apretadamente, que muchos entendieron que, decretar empate, más que una decisión piadosa y conciliatoria, hubiera sido un acto de justicia celestial.
Y nunca prepararon la revancha “a tiempo” y Roy Jones jr. se gastó por los peligrosos vericuetos ajenos al ring, mientras, Hopkins construyó una leyenda para lo que no fue suficiente su pelea contra aquel; sino que debió noquear a Tito Trinidad, para convencer a casi todo el mundo de su clase de inmortal del boxeo. El despegue a costa de la victoria de Tito encumbró al americano e inició el principio del fin de la carrera del boricua.
Bernard Hopkins es mayor de edad que Roy Jones jr. pero, en el esplendor de ambos, no hubiera sido mejor que el norfloridano; aunque, vale la pena reafirmarlo, si algo meritorio tuvo El Verdugo, fue que buscó los contrarios difíciles, sin importar la división, desde Jones jr. a Trinidad, pasando por de la Hoya, Kelly Pavlik, Joe Calzaghe, Winky Wright, Antonio Tarver o Jermain Taylor entre otros.
Dieciséis años fueron demasiados como para haber mantenido latente el interés por la revancha Jones jr-Bernard Hopkins, que, si hubiera sido posible en su momento, estaría tal vez entre las 10 mejores de la historia
¿Por qué no fue posible cuando debió Hopkins-Jones jr II (foto)? Por lo mismo que no se efectuaron otras que hubieran sido muy disfrutables, por interesantes y obligatorias, gracias al resultado de la primera más que por cláusulas de relativo valor legal.
Cuando acordaron la revancha entre Bernard Hopkins y Roy Jones jr. cuatro periodos completos en la silla presidencial de Estados Unidos; 12 años de dictadura chavista en Venezuela; el alcance de medio siglo de la de Castro en Cuba; otros diciseis años sin que ningun caballo lograra la Triple Corona; 11 de que un Papa hablara de aperturas que nadie cree en la Mayor de las Antillas y asi…
Cuando se produjo la pelea, fue demasiado parecida como sainete al argumento de La Gran Pelea, aquella cinta actuada por Barbra Streissand y Ryan O’Neill, que, argumentalmente no pudo tomarla en serio nadie; a pesar de que, al fanático moderno, le gusta que le saquen el dinero del bolsillo; tanto del relativo ayer, como del decadente hoy.