Paulina Ángel, el alma sobre el ring
La sonrisa es el lenguaje del alma. Por eso no importa que sean las 3:00 p.m. del jueves 17 de diciembre, que tenga dos horas o poco más bajo el sol de Puerto Colombia, costa atlántica del país cafetero. Cuando el anunciador dice: “hacemos el llamado a la esquina roja, de Medellín: ¡Paulina Ángel!”, ella va camino al ring con una enorme sonrisa mientras lanza golpes a la cámara.
Ama lo que hace, es su momento, cuando suene la campana ella dejará el alma, por eso ha corrido, ha hecho más de 40 rounds de sparring, le ha dado al saco, a la pera y ha rebajado para cumplir con su peso. No hay una sola gota de sudor de la que se haya lamentado. A la frase “sangre, sudor y lágrimas” usted puede cambiarle la última palabra por risas. La vida es una, se parece al boxeo y hay que aprovechar cada segundo como si fuera el último.
Por eso, si usted es Rocío Argel, la rival de Paulina en la Maratón Boxística de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB), no se confíe por su sonrisa, en todo caso tema, pues esa es su cara de “Sayayin”, como indica la gladiadora paisa que no conoce otra forma de boxear, si no es con el alma.
Es difícil saber si con la pasión se nace o se forma en el camino, pero podríamos llegar a un consenso que hay un poco de ambas. Paulina, mujer competitiva desde niña y que siempre se ha propuesto ser la primera en lo que hace “en los estudios, en el trabajo, en el deporte, en todo lo que haga quiero ser la mejor”, comenta.
Hace algunos años le tocó vivir en un pueblo, donde su madre le mostró el amor incondicional y su padre, quien tenía una dura jornada laboral de lunes a sábado las visitaba todos los fines de semana, incluso, para evitar las duras despedidas de domingo empezó a irse los lunes de madrugada, cuando todos duermen. Eso es dejar el alma y con ese ejemplo Paulina forjó su carácter. El de una familia unida que la acompaña a todos lados.
Y un poco por su familia llega el boxeo. Ella era una joven que le tocaba ir de la casa al colegio y del colegio a la casa. No podía desviarse. Pero se dio cuenta que gracias al baloncesto su hermana podía estar unas horas más fuera del hogar. “Yo decía ‘¿por qué ella sí y yo no?’ Entonces a la negativa de mi hermana al ofrecerle estar con ella en baloncesto le dije que me buscara clases de boxeo” y los 16 años conoció la disciplina de sus amores.
Al mes de empezar a entrenar su profesor Manuel Antonio Mendoza la llevó a un sparring motivado por la dedicación de su pupila, quien había empezado sólo de forma recreacional. En esa primera contienda le fue bien, pero por su edad no podía competir. Fue al cabo de unos años que subió al ring en unos departamentales en Colombia y ahí conoció la derrota. “Perdí y dije ‘esto es lo mío’, porque empecé a echarle más ganas, mejoré y ya estoy aquí”, dice la boxeadora.
“Aquí” quiere decir en el campo de entrenamiento de la AMB. Muestra clara de que una caída nunca es tan grave si aprendes y te levantas, más si lo haces con una sonrisa. “Las derrotas yo las afronto muy bien siempre y cuando yo sepa que lo di todo. En esa pelea me bajé sonriendo del ring porque sabía que había hecho todo lo que pude”, suelta Paulina entre risas, marca registrada desde el amateur.
Durante su preparación en el campo de entrenamiento no hubo un sólo momento en el que no se le viera feliz, “¿cómo? ¿Esto es sólo el calentamiento?”, dice junto a una carcajada luego de haber hecho 50 burpees y estar despeinada por el esfuerzo. Pero no importaba, ella tomaba la soga y empezaba a saltar, tomaba las pesas y hacía los ejercicios. “¡Póngase los guantes!”, gritó el grupo de entrenadores y cogió las vendas, los guantes y fue sonriente al ring. Ella es así llueva, truene o relampaguee.
No importa cansancio, ni dolor, ese es el precio que hay que pagar para obtener las victorias. Esa es su forma de entender la vida, “todas las metáforas del ring podemos aplicarlas fuera de él”, comenta y es que para Paulina Ángel el cuadrilátero es su forma de entender todo. Allí baila, golpea, sufre, goza, siempre con una sonrisa, porque entiende que en la vida hay de todo un poco y que los cambios se logran desde adentro.
“Es algo que me hace sentir segura y agradecida. Aún no puedo creer que haya estado en el campo de entrenamiento. Tener todo el apoyo, una dura preparación y estar acompañada de las personas indicadas es la certeza de que puedo llegar a ser alguien”, dice la gladiadora al referirse a la experiencia vivida con la AMB durante todo su entrenamiento.
Transcurrió el tiempo hasta el 16 de diciembre, día del pesaje. Paulina marca 59 kilos y su rival 62. Ángel ríe, pero no te confundas, ella tiene todo controlado. Por eso no se queja ni chista. Es su segunda pelea en el boxeo rentado y sabe que en estos momentos le toca hacer concesiones para alcanzar su meta: un campeonato mundial y una medalla olímpica.
Así que a pesar del implacable sol de la tarde del 17 de diciembre en Puerto Colombia, al sonar la campana Paulina sale como una tromba con su cara de “Sayayin” a ganar su pelea. Se planta en el centro del ring, jabea mucho y duro, con seguridad. De fondo se escucha el coro “¡Paulina! ¡Paulina!”, es su familia dejando el alma junto a ella.
La boxeadora sigue en el entarimado, técnica, bien plantada, viendo como su rival falla todos los golpes que lanza. Ve el momento exacto, se abalanza sobre ella, gancho de izquierda, gancho de derecha, lo repite, Roció sube la guardia, está contra las cuerdas. No, no van dos o tres rounds, este es apenas el primero.
Paulina vuelve al centro del ring, jabea fuerte. Conecta a la cara, vuelve a la carga con los ganchos. Argel da la espalda, parece no querer más. El referí la aparta, le cuenta, Paulina ve a la esquina, sonríe. Ya esto está listo. Queda un minuto del primer asalto, “¡box!”, dice el árbitro, Ángel va a rematar la faena, su rival no da más, el tercero en el ring interviene: ¡Sonría todo el mundo! Paulina Ángel ha llegado para enseñarles que al entarimado se va con los guantes puestos, pero sobre todo se sube a dejar el alma.