O muere él, o muero yo
Combate entre el americano Ray Mancini y el coreano Kim Duk-koo / Getty Images
Nos gusta mucho decir que ir a trabajar en lunes es “literalmente una paliza”. Pero si somos sinceros, una paliza literal es otra cosa. Y hay gente que se gana la vida recibiendo palizas. Bueno, que se gana la vida… y a veces la muerte.
Hoy vamos a recordar a Kim Duk-koo, un boxeador que consiguió pasar a la historia de su deporte… pero de la peor forma posible. Kim era un chico coreano que había nacido en 1955 y había visto cómo la vida lo dejaba huérfano de padre tres años más tarde. A él y a sus cuatro hermanos, vaya. Empezó a trabajar de muy joven como limpiabotas, y parecía destinado a tener una vida corta y miserable hasta que descubrió el boxeo. Este descubrimiento hizo que solo se cumpliera la mitad de la profecía.
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