Lucas Matthysse no puede con sí mismo ni con su propio ocaso
Osvaldo Principi
No hizo falta que el árbitro Kenny Bailless contara hasta diez para terminar la pelea. Tanto él como Lucas Matthysse entendieron que era el punto final. El que determina la rendición, en modo pobre, triste y decepcionante, de una atleta que no pudo escapar a los síntomas que sólo el fantasma más cruel de este oficio puede sentenciar: el ocaso.
Matthysse no pudo transformar su alarmante déficit general exhibido en su última pelea ante el talilandés Tewa Kiram – que sólo disimuló un soberbio nocaut, el 27 de enero último- en una conversión, técnica y anímica, que le hubiese permitido entrar en la historia en caso de haber vencido a Manny Pacquiao. Y esta falencia vital es la mejor explicación que puede utilizarse para explicar su frustración.
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