EL RÉQUIEM DEL REGRESO
La determinación de Rocky Marciano fue su principal arma en el boxeo, apoyada en la fuerza, en la recuperación, en la resistencia de un miura.
El Ídolo de Brockton era un animal en el sentido boxístico del término, comparable en la historia de la disciplina a Jack Dempsey, soldados homicidas de Fistiana, cuyo objetivo era golpear, destruir, lastimar todo lo serio que pudieran al contrario.
De aparente improviso, el destructor de Mass decidió retirarse un día, dijo que tenía lo suficiente para vivir con holgura lo que le restara de vida.
Como que su partida en el apogeo de su carrera y con 32 años dejó un vacío de liderazgo preocupante en la división heavyweight, lo tentaron y el hombre por poco muerde el anzuelo, se habló de un millón de dólares, pero el pugilista se tapó los oídos, se contuvo, se amarró al palo mayor como Jason, el líder de la nave Argos y, se debe confesar, necesitó más valor para rechazar la tentadora oferta que para enfrentar a cualquiera de los boxeadores que aniquiló.
En el boxeo las ofertas tras retiros voluntarios se las hacen a estrellas, no a segundones ni a coristas, por eso el fracaso es más sonado, por lo general han sido campeones, que prestarán el nombre y arriesgarán la salud para promover a uno y enriquecer a otros.
Los prodigios que han regresado lo han pagado caro, porque muy pocos boxeadores se miran al espejo buscando la cicatriz, el impacto que dejó su huella en el pellejo, al contrario, parece que evitan el contacto visual para no recordar lo evidente por flagrante.
La mayoría de los boxeadores retirados de gran cartel, acaso desde el primer día, se sientan a esperar por el llamado a filas, algunos se han contenido, otros se debilitaron y respondieron cuando el contrario tiene en sus manos cañones juveniles de poder destructor y ellos ni pueden ripostar con carabinas viejas de mediados del siglo XIX.
Cuando un boxeador retirado regresa ya no tiene lo que le hizo famoso, aunque, por lo general, no lo cree porque la vista engaña y tampoco entiende que no hay reflejos ni respuesta ante el ímpetu juvenil y da la casualidad que, casi siempre, el veterano deberá enfrentar a un bisoño y hambriento peleador, que no va a andar con cuentos ni a respetar el nombre glorioso que le ponen enfrente para que ascienda su valor de mercado.
Desde que el trainning comienza a aburrirle el peleador envejece, pero queda atrapado en una larga adolescencia, es el principio del fin del gladiador activo; a veces el ring le hace ver la realidad, otras, como en los casos de Marciano y de Joe Louis, por estos tiempos Finito y May jr, hicieron mutis sin perder sus fajas, pero Louis regresó y puso a llorar a todo Nueva York cuando el ítaloamericano lo vapuleó.
El boxeo es un negocio para muchachos hambrientos y oscuros, generalmente guiados hasta el deporte por el orgullo y por niveles de pobreza sórdida e insoportable.
Ningún boxeador, cuando se convirte en una persona famosa y acaudalada, se hace la pregunta ¿Por qué seguir? Y es que el ego lo convierte en rutina y el riesgo en obligación.
El boxeo es la profesión más sucia del mundo y es una bendición poderla abandonar lúcido, sin secuelas, mayor el éxito si se logra contener el instinto y evitar el peligro de regresar.
En el pugilismo la adulonería se agrupa alrededor del campeón, los preliminaristas no tienen adulones, porque no tienen el dinero para pagar mujeres ni risas ni monerías de ocasión. La fama compra subordinados y “hala levas” en igual medida que atenciones.
Hace 60 años, el cronista Jimmy Cannon dijo: “el boxeador famoso debe tener presente que el exceso de amistades es extraño, gente que piensa en el individuo como campeón, no en el hombre que se sacrificó, que sufrió para llegar a la cima” Es axiomático e inevitable.
Lo otro y de interés, 2 años, 4, 5…fuera del boxeo, son suficientes para que el peleador que regrese vaya segundo en la carrera, porque los pícaros van a utilizar su nombre, pero no con interés ni expectativa en su victoria; entonces, por el error de asentir a la petición, se convertirá en un escalón del nombre que lo magullará, que, desde que suene la campana para el primer round, es el verdadero favorito, el próximo mimado y famoso que concluirá el obituario del gladiador que osó retar a la naturaleza y a la ley de las posibilidades caprichosamente, siempre ha sido así.