EL ESCÁNDALO Y LOS ESCANDALOSOS DE 1919

ABE ATTELLPor Andrés Pascual

Harold Friedman fue un raquetero judío dueño de restorán, que, en 1959, procesaron por correr un prostíbulo, pero, un par de años antes, le propuso 1500 dólares al pitcher panameño Humberto Robinson para que entregara un juego contra Cincinnatti.

Una curiosidad: en 1907, el Juez Landis dejó en libertad a un empleado de banco acusado de haberse robado 100,000 dólares; el famoso magistrado dijo que no lo condenaba, porque devolvió el dinero y por lo poco que le pagaban (90 dólares) a alguien que manejaba semejante cantidad.

Abe Attell (foto) fue uno de los mejores featherweights de la historia, ganó reconocimiento como boxeador cuando noqueó a Harry Forbes en San Luis en 1904, elegante, PEGADOR, de habilidades defensivas notables, fue elegido al HOF en 1955; al de los Judíos en 1982.

Lo apodaban “El Pequeño Judío” por su ancestro y por su estatura de 5’4. En 1909, cuando Monte ganó la faja mundial bantam, se convirtieron en el primer par de hermanos que ostentaron un título del orbe a la vez.

Sin embargo, este peleador fue un delincuente de altos vuelos, un borracho, que arreglaba sus peleas y ayudaba a los de otras. Attell servía para cualquier cosa siempre que estuviera al margen de la ley.

El individuo es el símbolo de la más soberbia y monumental burla a la ética y a la bondad deportiva de la historia del deporte americano: mientras ocho jugadores fueron separados para siempre del deporte, su firma consta para la eternidad como inmortal en los pasillos de Fistiana.

Por todo lo anterior es increíble que Abe Attell haya sido elegido a los Salones de la Fama en que está, no solo por el rosario de actividades amorales y delictivas en que se vio envuelto en la disciplina que practicó, sino porque contribuyó a impedir, por su gestión contaminante, que más de 4 jugadores pudieran seguir jugando y acceder al de su deporte; porque este, tan buen pugilista como malhechor, fue uno de los artífices del arreglo con 8 estrellas del Chicago Americano en la Serie Mundial de 1919.

La entrega de 1919 fue organizada por un sindicato de gansters de Nueva York que presidía el raquetero Arthur Rothstein, como ayudante y testaferro tuvo a Abe Attell, apostador incurable y, en aquel momento, ex campeón mundial pluma.

Fue Attell quien estableció contacto con Gandil y con Cicotte, que se encargaron de involucrar al resto de traidores.

Arthur Rothstein, bohemio, derrochador y amante de una artista de Broadway nombrada Inez Norton, tuvo un final trágico, muy acorde con el tipo de vida sucia y oscura que vivió, pues lo mataron a mansalva jugando una partida de poker.

Los ídolos del Chicago en 1919 eran Gandil, Ciccotte, Lefty Williams, Buck Weaver y Shoeless Jackson. Rigurosamente cierto que la participación de Jackson todavía es dudosa, pero más que Buck Weaver solo conoció el hecho, pero lo castigaron por encubrimiento, porque no le advirtió al manager Nichols ni al capitán Eddie Collins que se produciría el abominable acto.

El público entendía que era cruel y con matices de injusticia incluir a Weaver entre los condenados; dos años después, cuando apareció Landis con las rigurosas sentencias, se organizó una campaña a fin de lograr el perdón del antesalista; al efecto, el Comisionado recibió una carta con más de 10,000 firmas, que incluía banqueros, políticos, comerciantes, público… pero el Juez no tuvo las mínima reacción, engavetó la misiva y jamás comento nada: caso cerrado sin retroactividad hasta hoy.

Eddie Collins, inmortal intermedista del club, la primera vez que se refirió al hecho en detalles, con lágrimas en los ojos, dijo: “el pecado es doble, porque destruyeron el mejor equipo de pelota de la era de la bola muerta y yo sé bien lo que digo, porque jugué con Connie Mack en 1910-11.

¿Qué tan bueno fue el Chicago de 1919 Liga Americana? Leyendo a un par de críticos que pudieron disfrutar de los Yankees del 27, del 37 y de los Elefantes Blancos 1929, 30 y 31 también (Povich y Daniels), coinciden en que no hubo un equipo tan poderoso, tan completo y de juego tan brillante como aquel que se pudrió en sus entrañas: Collins admitía comparación en la defensa de la segunda base solo con Napoleón Lajoie y era un habitual bateador de .300, miembro de Cooperstown; Ray Schalk era el Maestro de la posición en esa época, el catcher preferido por Eddie Ciccotte, QUE EN 1918 GANÓ 28; Wilson, Faber, Dick Kerr y Williams el resto del potente staff; en la antesala Weaver, que no está en el Salón por obra y desgracia de unos desalmados; la primera base la custodiaba otro astro del Joven Circuito, Chick Gandil, de peso en el arreglo; el shortstop fue un portento del guante, Swede Risberg; el trío de outfielders incluía a Jimmy Collins, jugador extraordinario con velocidad de sprinter, a Happy Felsh, que fildeaba horrores en el centro y, sobre todo, a uno tan grande que lo nombran como lo mejor de su era y, todavía, algunos se arriesgan y lo señalan capaz de discutir el mejor y más completo de las historia: JOE “SHOELESS” JACKSON.

Para el beisbol como actividad sana y formadora de la niñez y de la juventud, como pasatiempo preferido del americano, aquella entrega significó el crimen más grande contra la moral que haya sufrido cualquier deporte profesional en los Estados Unidos. Comparable, si al fin lo logran como supongo, a la inducción de Pete Rose a Cooperstown, o a la de cualquier involucrado que haya sido culpable en el capítulo esteroides, como quiera que se llame.

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