Crónica de una victoria anunciada…
Mayweather ganó con dudas pero no hay dudas de que ganó. Su repertorio pragmático, con condimentos conservadores y su control de espacio y tiempos, le donaron los atributos que sumados a su eficacia y efectividad, lo izaron con el triunfo en el denominado combate del siglo ante el filipino Manny Pacquiao.
El duelo era una ponencia de dos estilos contrariados, de distancias antónimas, de esencias distintas que buscaban la misma gloria. El universo se resumía a un ensogado de seis metros, un teatro donde la obra fue el libreto repetido de la versión de un Mayweather táctico y controlador, que neutralizó el ímpetu sin certeza de Pacquiao, quien por menudos capítulos del tramite del pleito, se zafaba de la baranda del jab zurdo del norteamericano, y atrevesaba su zona de control con ráfagas tímidas de golpes sin la efectividad necesaria para imponerse ante los jueces. Los seis primeros asaltos fueron de dominio intercalado, tras una ligera reacción del filipino con su glosa efervescente, luego del arranque dominante de Floyd.
“Pacman” solo tenia un recurso de victoria, el knocaut, mientras Mayweather debía remar su barca hasta la campanada final, y abrochar su triunfo 48 en su invicto palmarés. A Pacquiao se le acabó el hilo para seguir hilvanando su victoria ya descosida tras el decurso de los asaltos finales, mientras que para “Money man” la victoria era asunto de trámite.
El boxeo es el arte de golpear y no ser golpeado, en el pugilismo profesional no se suman puntos, se administran los diez que te otorga cada asalto, y para ello no gana quien más ataca, sino quien más eficaz es cuando ataca. Recitan los manuales que un golpe contundente o efectivo vale más que diez sin trascendencia.
En un mundo efervescente, en el recipiente de espectáculo en el cual se envasó el combate, todos esperaban un recital virtuoso, dinámico y con un cúmulo de vertigo, contrario a lo hallado, una partitura en adagio, tan lenta como un tango, y un somnífero para algunos, lo cierto es que la afectividad hacia el filipino, desbordado en carisma y aceptación, cegó a un sinnúmero de personas que se sumaron al mainstream del combate, quienes en un grito hambriento clamaban por el triunfo de “Pac”, pero aunque en la sombra de su mejor versión, y lejano de ser un púgil que agrade al ocular del mundo, “Mayhem”, como el Atlético de Madrid de Simeone, o los oncenos de Mourinho, ceñido al renglón de lo táctico, se impuso siendo práctico, ligeramente efectivo con su jab zurdo, ese recto que se anclaba de forma diáfana en el rostro de su oponente, y con voladas de diestra que llegaban a la diana de “Pacman”. Sin luces, con un rosario de dudas, pero sin la duda de que Floyd ganó.