Kiko Martínez / ¿Le da España el valor que merece?

Somos idiotas, bueno, por lo general el ser humano destaca por su infinita estupidez, pero en concreto afirmo que somos unos necios cuando asisto, avergonzado, a cómo todo un campeón del mundo debe comportarse como un mundano retador con lo que ello supone, cómo sus paisanos deben entregar las horas previas de sus peleas a ejercer de furambulistas de la red para poder ver su desempeño, y cómo los medios solo le otorgan exiguos segundos o escuetas líneas para cubrir su combate.

Vergüenza, me da vergüenza que Kiko Martínez(31(23)-4-0), todo un campeón del mundo I.B.F. (por sus siglas en inglés) supergallo, haya destrozado en territorio comanche a su rival, el ex campeón gallo y pluma Hozumi Hasegawa (33(15)-5-0) en siete asaltos, y que el país cuya bandera lleva con orgullo no vaya a ser consciente de lo extraordinario de su victoria. Estoy ardiendo, por un lado de pasión por el combate de Kiko, pero por otro, también de rabia por el poco mérito que va a recibir ante una nueva exhibición como la suya.

El esquema de los combates de Kiko es tan reiterativo como efectivo: asediar al rival hasta que este cae por su propio peso. Nuestro campeón es una roca que soporta todo lo que le lancen y que cuando pasa a la ofensiva, se convierte en una tormenta incesante que azota hasta que el contrincante besa la lona.

Kiko está obrando con sus victorias que la opción de fajarse e intercambiar manos no sea un camino viable para ninguno de sus rivales. Quedarse en las cuerdas con él es un martirio, y a buen seguro que los próximos retadores lo tendrán en cuenta. Contra Hasegawa asistimos al mismo guión: Kiko presionante, basculando el tren superior y trabajando abajo para diezmar a su rival.

Mientras, Hasegawa, trataba de marcar distancias sin poder librarse del acoso de su rival, que con una osadía encomiable, buscó al nipón hasta que en el segundo round, en un intercambio junto al encordado, besaba la lona. La victoria parecía cerca.

Sin embargo, el japonés, un campeón reconocido, se apoyó en su público para rehacerse y tratar de recuperar su sitio en la porfía, buscando la distancia y cambiando manos con el español. El tercer asalto fue más agradecido para el local, que aprovechó la entrega de nuestro campeón para detener su ímpetu y hacerle pasar algún apuro.

Kiko tenía la necesidad de recuperar el hálito, y tras unos compases de asueto, prorrumpió cual tormenta embravecida y reanudó su trabajo, asediando abajo y rematando arriba. Las piernas del japonés comenzaban a flaquear, y un corte amenazaba con cerrar el combate antes de lo previsto.

Pero el final iba a ser otro. El advenimiento del séptimo asalto fue el anuncio del final: una mano al hígado hacía templar las piernas del japonés, abatido, derrotado. Era cuestión de tiempo que volviera a caer, y aunque trató de retornar, Kiko finiquitó el trabajo. Segunda defensa satisfecha, y que pase el siguiente.

Kiko siempre da espectáculo. Sus combates son un regalo para la afición y que no haya ninguna televisión que se digne siquiera a televisar sus combates, nos da una buena muestra del deplorable nivel organizativo del boxeo en este país.

Si con un campeón del mundo, vistoso, fervoroso, valiente, no se logra que los medios le den algo de bombo, creo que las cosas fallan. No hablo todavía de portadas, pero sí de mover a los medios, de buscar apoyos mediáticos que permitan, en un tiempo, abrir un hueco al boxeo en este país obsesionado con la pelotita redonda.

En fin, desde aquí mi máxima entrega y admiración a Kiko, que siga luchando, sudando y sangrando por lograr sus sueños. Yo, y cada vez muchos más, estamos a su lado. En el futuro asoman nombres como Leo Santa Cruz o Carl Frampton, pero ahora toca sonreír y disfrutar. Bravo, campeón.